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Iniciamos nuestra aventura en la provincia de Castellón, en la carretera que conecta Cabanes con Oropesa. Desde aquí, nos dirigimos hacia un desvío que marca el comienzo de la tercera vertiente del Desierto de las Palmas, un camino más desconocido y menos transitado, ideal para quienes buscan una experiencia diferente y tranquila en bicicleta. Esta ruta es menos espectacular en cuanto a vistas, comparada con las de Benicàssim y Castellón, pero permite conectar con la otra cara de la montaña, ofreciendo la oportunidad de realizar rutas circulares interesantes.
La carretera en esta vertiente es más estrecha y menos cuidada, lo que añade un encanto especial al recorrido. Los primeros kilómetros son relativamente suaves, pero debemos prepararnos para enfrentar desniveles más duros, incluidas rampas que pueden alcanzar hasta el 18% de inclinación.
Con tráfico escaso, principalmente de residentes de los chalés a lo largo del camino, se recomienda disfrutar con tranquilidad y atención, especialmente por los baches que pueden sorprender a los ciclistas. Aunque esta vertiente suele ser utilizada para el descenso, hoy decidimos enfrentarla en subida, disfrutando de una jornada soleada con una ligera brisa que hace más llevadero el esfuerzo.
En cuanto al recorrido, los baches y ciertos tramos de asfalto irregular nos recuerdan que estamos en una carretera de montaña, pero también encontramos zonas reparadas que facilitan el avance. No hay fuentes de agua en el camino, así que es imprescindible salir con suficientes provisiones.
Al aproximarnos a los últimos kilómetros, el recorrido se endurece con pendientes que promedian el 10%, mientras coronamos repechos que exigen un buen ajuste de marchas y una técnica adecuada para no desgastarse. El tramo más desafiante se encuentra cerca del final, conocido coloquialmente como «el Zoncolán de Castellón», con pendientes que rondan el 15%. Aquí, la técnica y el control son primordiales para afrontar las duras rampas con eficacia.
A medida que nos acercamos al enlace con la subida desde Benicàssim, la condición de la carretera se deteriora, especialmente en los últimos 500 metros. Sin embargo, desde aquí, el asfalto mejora y nos conduce hacia nuestro destino final: el Monte Bartolo, donde las antenas son nuestro objetivo visual.
Finalmente, la ruta nos brinda la recompensa de unas vistas impresionantes del Mediterráneo, recordándonos las ventajas de ser ciclistas y poder disfrutar de estos paisajes. A medida que nos acercamos al final, suavizamos el ritmo para contemplar el entorno y disfrutar de la naturaleza que nos rodea, un final perfecto para una desafiante pero gratificante subida al Desierto de las Palmas.
La bicicleta como elemento decorativo
Curvas desafiantes entre paisajes montañosos en la ascensión a Torri di Fraele